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La vivienda domótica

28 de febrero del 2018


Parto admitiendo mi ignorancia: no conocía la palabra domótica. La descubrí al pasar en la mañana frente a un nuevo edificio en mi barrio donde se anunciaba la venta de departamentos con domótica. Intrigado, en la tarde ingresé a la sala de ventas y pregunté: “¿Qué es un departamento con domótica?”. “¡Es un departamento inteligente señor!”, me respondió la vendedora. Su respuesta tenía un dejo de desprecio generacional, y la manera en que enfatizó la palabra “inteligente” me indicó que pensaba que sólo un imbécil podía hacer esa pregunta (debo ser franco, si alguien me hubiera preguntado quiénes son los Beatles o los Rolling Stones, posiblemente lo habría mirado con el mismo desdén). Después de averiguar su significado (se refiere a los sistemas de control automatizado que constituyen la base de las llamadas viviendas inteligentes), investigué su origen y me sentí un poco mejor. La palabra “domotics” se incorporó al inglés a fines de los 80, se puso de moda (peak de uso) alrededor del año 2002, y desde entonces ha perdido algo de popularidad ya que la gente simplemente ha adoptado el término “casa inteligente” (smarthouse). En todo caso, la palabra “domótica” nació después de que di la PAA (la versión anterior de la PSU). Esto, por supuesto, no excusa mi deficiencia verbal, pero sí es un factor mitigante. En teoría, en una casa inteligente todos los artefactos están interconectados y pueden ser manejados en forma remota a través de protocolos centralizados vía internet por medio de smartphones, laptops o algo similar. En su versión más primitiva, la casa inteligente sólo se refiere a un manejo coordinado del sistema de calefacción, luces, sonido y alarmas. En su versión más sofisticada, la casa inteligente monitorea las costumbres de sus habitantes, y combina estos datos (big data) con algoritmos de machine learning para aprender a satisfacer sus necesidades y hábitos en forma más eficiente. La nueva generación de refrigeradores inteligentes, por ejemplo, no sólo alerta sobre la fecha de vencimiento de los productos que almacena, sino que sugiere recetas basadas en estos y las preferencias culinarias de los usuarios. En todo caso, la principal diferencia entre la casa convencional (digamos, la tonta) y la inteligente, es el tipo de problemas que pueden tener sus moradores. Por ejemplo (casa convencional): “Anoche se trancó la cerradura de la puerta de calle, tuve que llamar a un cerrajero y esperar casi tres horas que llegara para poder entrar”. (Casa inteligente): “Me quedé afónico gritando en el partido de la Católica, tanto, que al volver, el dispositivo de reconocimiento de voz que activa la entrada no me reconoció; tuve que esperar tres horas a que llegara mi hijo de su carrete para poder entrar… menos mal que él también había registrado su firma acústica”. Otra diferencia es que en la casa tradicional los desperfectos se traducen en fallas aisladas. En la casa con domótica, debido al alto nivel de interconexión, un hacker puede gatillar una falla sistémica (una especie de crisis subprime doméstica). Y si el sistema de la casa inteligente requiere reemplazar una componente crítica -pensemos en una consola de control que haya que importar y demore algunos días en llegar-, mejor no pensar. El coeficiente de inteligencia (CI) de la casa puede bajar a un nivel inferior a la temperatura ambiental por una semana. La casa de Bill Gates (la más inteligente del mundo según muchos expertos en domótica) está avaluada en más de US$125 millones). Al llegar, los visitantes reciben un dispositivo donde ingresan sus preferencias (temperatura, música ambiental, nivel de luces, etcétera). De esta forma, al desplazarse por la casa, distintos sensores detectan su presencia, y van adaptando la “respuesta” de la casa a sus predilecciones. No me queda claro qué sucede cuando varios visitantes, con preferencias opuestas, se encuentran en la misma habitación. ¿Se usa el promedio aritmético (o geométrico) de los valores seleccionados? ¿O qué sucede si un visitante prefiere Bach y otro reggaetón? ¿Se tocan ambas opciones en turnos de diez minutos, o se escoge un jazz anodino para no ofender a nadie? O tal vez en estas situaciones Gates ingresa una password secreta, que anula todas las opciones, y decide él. En todo caso, ojalá que el sistema operativo de la casa de Gates no requiere tantas actualizaciones (y “reparaciones”) como Windows. Pero terminemos con una nota positiva: la contribución de Chile a las casas inteligentes. En los años 50 se introdujo en EEUU el “walk-in closet”, es decir, un clóset que por lo espacioso parece una habitación pequeña (de ahí el “walk-in”, uno puede “entrar” al clóset, en vez de poder sólo meter el brazo para sacar algo). Nuestro país respondió en los años 70 con una contribución bastante original: el “walking closet”. Reconozco que nunca he visto uno. Pero si la firma que los fabrica les pudiera agregar a estos clósets un dispositivo electrónico para detectar portonazos sería ideal. De esta manera, en situaciones de peligro, los clósets se podrían movilizar en defensa del dueño de casa y con sólo dejar caer su peso (hay que mantenerlos llenos de cosas) reprimir a los antisociales. ¡Esa sí que sería innovación! Columna publicada en el diario Pulso.
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publicColaboración con Instituciones o Centros UC

Centro Latinoamericano de Políticas Económicas y Sociales, CLAPES UC
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Arturo Cifuentes

Ing. Civil, U. de Chile; Ph.D. en Mecánica Aplicada, Caltech; MBA en Finanzas, NYU https://arturocifuentes.com
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