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La vía chilena al desarrollo

28 de agosto del 2015


Desde que Chile volvió a la democracia nos acostumbramos a que, más allá de las esperables rencillas, los sectores políticos llegaran a consensos e implementaran gradualmente reformas que apuntaran a mejorar el bienestar de los chilenos. Como país, nos dábamos cuenta, tal como lo hacen miles de familias día a día, que no se podía hacer todo simultáneamente: es cierto que tal vez a muchas personas les gustaría comprar una casa, un auto o un televisor nuevo; pero ellas se dan cuenta de que si lo hacen al mismo tiempo terminarán muy endeudadas y con problemas financieros que arrastrarán en el futuro. Entonces, hay que actuar de a poco y de forma segura, pisando firme, Así es como procedió el sistema político en nuestro país en los últimos veinticinco años. Teníamos un entendimiento en cuanto a que había que avanzar de forma gradual y consensuada, lo que, ademáas, nos permitía ir evaluando los efectos y corregir, si era necesario. Ejemplos de este tipo de políticas hay muchos, partiendo por la reforma tributaria de 1990 -técnicamente viable y socializada-, que recaudó una cantidad considerable de recursos económicos sin realizar cambios bruscos al sistema tributario, sino que simplemente aumentando las tasas de impuestos, es decir, ese abordó de un modo muy distinto a la reforma de 2014. En el Gobierno de Ricardo Lagos se impulsó el Plan Auge; en el primer Gobierno de Michelle Bachelet comenzó la aplicación de la reforma previsional; la administración de Sebastián Piñera puso el acento en la reconstrucción posterior al terremoto del 27 de febrero de 2010, en el crecimiento y la creación de empleo, y avanzó en la reforma educacional. Aunque muchas veces tenemos la impresión de que hay demasiadas pugnas entre nuestros políticos -obviamente algo de eso hay-, no podemos perder de vista que el país gradualmente fue avanzando de forma segura en varias reformas que permitieron a los chilenos aumentar sus niveles de bienestar y satisfacción. Esta era la "vía chilena", es decir, nuestra forma de hacer las cosas: un acuerdo social implícito que rindió enormes frutos. De hecho, si comparamos 1990 con 2013, recordemos que la pobreza disminuyó desde 38,6% a 7,8%; los años de escolaridad promedio de la población aumentaron  de 9 a 10,8; la tasa de ocupación (esto es, las personas ocupadas sobre la población mayor a 15 años de edad) subió de 47,7% a 53,3%; los propietarios de viviendas de 58,6% a 62,4% y el ingreso per cápita (medido a paridad de poder de compra) de US$5.846 a US$22.469. Seguramente uno de los sellos de esta "vía chilena" era que la gradualidad nos permitió seguir manteniendo un ojo en las reformas sociales y el otro en el crecimiento económico. Esto es importante porque el crecimiento económico permite crea empleos, incrementar salarios, recaudar una mayor cantidad de impuestos y, por lo tanto, hacer crecer el gasto social de forma responsable. Lamentablemente, como hemos aprendido en 2014 y 2015, el crecimiento económico no está garantizado; debemos cuidarlo; tenemos que incentivarlo y monitorearlo siemple, y ojalá asesinarlo. Muchas reformas y mal diseñadas En los últimos dos años, la "vía chilena" ha quedado atrás. Nos han empujado a hacer todas las reformas simultáneamente y de forma muy rápida (basta recordar la desafortunada frase de la retroexcavadora, que planteaba hacer borrón y cuenta nueva). Peor aún, no nos hemos escuchado. En general, las reformas han sido aprobadas ahora sin mayor discusión ni análisis. Esto nos ha puesto en una situación compleja. En primer lugar, al realizar todas las reformas al mismo tiempo, se hace difícil evaluar sus efectos por separado. ¿El frenazo económico se debe a los efectos internacionales, a los de la reforma tributaria o lo que se espera que ocurra con la reforma laboral? Seguramente hay algo de todo esto, aunque el grueso de las razones son "made in Chile". Hubiera sido más fácil ir por partes y, al imprimir gradualidad, podríamos haber evaluado por separado cada una de las reformas. Sin embargo, -y por añadidura- hacerlas rápido nos ha llevado a quedar con leyes mal diseñadas -qué mejor prueba que el hecho de que se esté discutiendo cómo reformar la reforma tributaria- y tengamos que repensarlas. El año pasado -de hecho, durante la discusión de la reforma tributaria- habíamos dicho que si se deseaba recaudar tres puntos del PIB para financiar mayores gastos públicos , había formas distintas de hacerlo, que generarían un daño mucho menor en la economía chilena. Lamentablemente, se optó por cambiar de manera brusca el sistema tributario, imprimiéndole gran complejidad y llevando a muchos contribuyentes a una tremenda confusión acerca de su carga de impuestos. No solo eso: además terminamos con altas tasas que castigan la inversión. Era esperable, entonces, que observáramos un ciclo de menor crecimiento en la inversión. La realidad ha sido, incluso, algo más dura que lo que esperábamos en esa época. Hoy el país se encuentra discutiendo otra reforma de gran importancia para la economía chilena: la laboral. No solo es importante, sino que sus cambios son de gran magnitud. Por ejemplo, se contempla la eliminación del reemplazo en huelga. Y con esto se va en contra de la realidad de muchísimos países, por ejemplo, los de la OCDE. En casi todos ellos se permite reemplazo interno , salvo España y México. ¿Por qué hoy está ausente del debate cómo salir de una huelga sin reemplazo? El no hacerse esta pregunta pone en riesgo a una empresa en su totalidad, especialmente a las pymes, y restringe la necesidad y el derecho de la ciudadanía de adquirir bienes y servicios. Una forma de salir de esta trinchera es acordad que la huelga tenga reemplazo interno, aunque no haya reemplazo externo. Finalmente, este proyecto apunta a otorgar mayor poder a los sindicatos e incrementar las remuneraciones de los trabajadores. Esto último es muy deseable. Pero hay que tener cuidado en cuanto a que aumentar las remuneraciones sin un alza en la productividad significa incrementar la desigualdad en el largo plazo. Y si los salarios reales se suben sin un correlato en la productividad, se podrían perder 150.000 en el mediano plazo (Clapes UC, 2015) causando mayor desigualdad en nuestra sociedad. Nuevamente, deberíamos tener una preocupación acerca del diseño del proyecto, pues este puede tener efectos que no quisiéramos, como perder empleos. No solo se está impulsando una reforma tributaria y otra laboral, sino que se continúa avanzando en la educacional (respecto de la cual existen muchas opiniones técnicas contrarias) y aún no está claro si tendremos una constitucional. Además, se espera un informe de la comisión asesora presidencial sobre pensiones y ya tenemos uno de la comisión asesora de salud. ¿Tendremos cambios en estos ámbitos ad portas? Ya veremos, pero incluso sin ellos, con las modificaciones legislativas que ahora se discuten, estamos en un escenario muy demandante y exigente en la meta de aprobar buenas reformas para el país. Retomar nuestras buenas prácticas Da la impresión de que existe amplio acuerdo en que debemos ir haciendo paulatinamente ciertas reformas. Por ejemplo, varios gobiernos han estado aumentando significativamente el gasto público en educación y, además, hay bastante consenso social en la importancia de mejorar la calidad de la educación pública. Desde ese punto de vista, la reforma educacional era una de las que se debía emprender. Sin embargo, no se entiende la escasez de debate sobre cómo hacerla, en circunstancias de que nuestro país tiene una gran cantidad de expertos cuyos enfoques han estado ausentes de la reforma. Además, hay una falta de gradualidad que nos impide evaluar su implementación. Pedir que esto se haga gradualmente para ver cómo se van haciendo las cosas no es una locura, ¿o es que hemos olvidado la implementación de la reforma procesal? Se partió con a lgunas regiones y paulatinamente se avanzó en otras, año a año. Tenemos que extraer lecciones y evaluar cómo se han implementado las reformas. Esto es importante, porque seguramente tendremos que seguir enfrentando nuevos retos desde el punto de vista de las políticas sociales. Por ejemplo, dándonos cuenta de que el sector Salud es un tema aún pendiente que cada día toma más relevancia, sobre todo en un país que envejece. Debemos empezar a preparar los debates al respecto, dialogar entre los distintos sectores sociales, políticos y técnicos; determinar cuánto serán los requerimientos de gasto público y tratar de llevar adelante estas reformas de forma gradual y paulatina para asegurar su viablidad en el largo plazo. No solo eso. Hay que devolver la prioridad al crecimiento económico. Esto dará sustento al crecimiento del empleo y los salarios y también a los ingresos fiscales, sobre todo en un contexto donde los ingresos por cobre nos aportan cada vez menos. Poner el crecimiento en el centro de nuestras preocupaciones puede pasar por dar ciertas señales, como crear una oficina de la productividad que evalúe los impactos de distintos proyectos de ley sobre el crecimiento económico, y que demuestre caminos que aceleren el dinamismo. Retomemos nuestra "vía chilena" al desarrollo. Coluna publicada en la revista Mensaje, Nº642
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Felipe Larraín

Director del Centro Latinoamericano de Políticas Económicas y Sociales (Clapes UC). Doctor en Economía. Universidad de Harvard (EE.UU.). Ingeniero Comercial UC. Exministro de Hacienda. Profesor Titular Facultad de Economía y Administración UC.



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