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Ilusionistas e Ilusos

18 de octubre del 2017


La Nueva Mayoría apostó a que solo levantando la bandera de los derechos sociales tendría un discurso imbatible. Creyó que bastaba con transmitir la idea de que hay derechos sociales irrenunciables para ganar la adhesión de los chilenos. Y falló, porque es evidente que la gente le dio la espalda. ¿Es qué no era seductor el discurso? Desde luego, parecía seductor, pero no había ninguna genialidad en declarar solo buenos deseos. Un valor compartido por los chilenos hace décadas es un anhelo de justicia primario que supone que ninguna sociedad puede negar a su gente el acceso a ciertos bienes básicos, por ejemplo, en educación y salud. La falsedad de la promesa y la desilusión fue difundir la creencia de que el Estado puede por sí solo garantizarlo todo, aquí y ahora, y además universalizar el beneficio; una suerte de paraíso terrenal, lo que en el Chile de hoy es una utopía. En la educación es notable la ausencia de realismo. Un columnista de esta sección ha declarado muy ufanamente que la gratuidad en la educación superior y la ley de inclusión propinan dos derrotas al modelo neoliberal, lo que presupone una victoria para el gobierno. Victoria pírrica, tal vez. Primero, porque la gratuidad partió por los deciles más pobres, al menos no se equivocaron sobre a quién ponerle los patines, pero quedaron fuera de la promesa miles de jóvenes en igualdad de condición socioeconómica, discriminados por no pertenecer a las instituciones elegibles. Segundo, las universidades que se sumaron a la promesa han comenzado a vivir las penurias financieras al recibir menos recursos fiscales lo que frena sus gastos y amenaza su calidad, y miran con temor el futuro si se extiende la gratuidad. Tercero, se busca dejar por ley la gratuidad universal que beneficia a ricos que pueden pagar, pero parece que nadie les ha advertido a estos ilusionistas que los recursos del Estado son escasos y que la prioridad la deben tener los jóvenes más vulnerables. La ley de inclusión es una nueva ilusión. En el Chile de hoy todos somos inclusivos; la idea de abrir el acceso a los sectores postergados no es monopolio de la izquierda. Es un ideal republicano deseado y compartido. Pero actuemos con sensatez. Cuando se prohibió el financiamiento compartido para imponer la gratuidad se dijo que los colegios serían compensados con un aumento en la subvención. Que el presupuesto 2018 haya congelado el aumento y solo la protesta pública de incumplimiento persuada al Gobierno a modificar la glosa, aunque no saben cómo, arroja dos lecciones. Que los ilusionistas de la Nueva Mayoría quedaron al descubierto de su engaño y fueron derrotados por la dura realidad que al final se impone y que la magia hay que dejarla como entretención porque los países solo prosperan con políticas públicas que cuentan con el financiamiento responsable y asegurado. Uno de los rasgos marcados que deja la actual administración es su capacidad de crear la ilusión de que las utopías se puede transformar en realidad bastando solo los deseos y un poco de suerte. Y cuando la realidad desvanece las ilusiones, genera frustración y desánimo, y el ilusionista merece una sanción severa. Basta ver las encuestas. Columna publicada en La Segunda.
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Educación
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Carlos Williamson

Ingeniero Comercial UC y Master of Arts de la Universidad de Chicago, EE.UU.

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