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Chamullo económico

22 de agosto del 2016


¿Es sexy ser economista hoy en Chile? No mucho. Quizás exagero, pero de un tiempo a esta parte nuestras opiniones parecen haber pasado de ser referentes técnicos para el diseño de políticas públicas (desde la obra gruesa hasta los más mínimos detalles) a inefectivas retroexcavadoras en contra de incluso los más exóticos castillos en el aire. Lo triste es que el cambio es justificado, siendo el mismo gremio responsable. Por de pronto, no olvidemos que muchos fueron los colegas que dijeron que una reforma tributaria deficiente no tendría impacto sobre la inversión y mire dónde estamos. También los que aseguraron que estaban los recursos para financiar la gratuidad universal en la educación superior en seis años, ¡qué fiasco más grande! Y si bien estos pueden ser errores puntuales, el mea culpa colectivo queda: ¿Qué explica las dificultades de la profesión para influir en el debate técnico nacional?, ¿de convincentemente alertar del impacto de malas ideas? La búsqueda de respuesta a estas preguntas lleva rápidamente a identificar una posible causa de la pérdida de trascendencia de los economistas. Históricamente, nuestro principal activo había sido la utilización de evidencia para informar el debate público. Por eso, gran parte de nuestro descrédito pasa por la temeraria inclinación de muchos entusiastas colegas a alejarse de este enfoque, apelando solo a la intuición al momento de hacer recomendaciones "técnicas". Sin embargo, tal arriesgada estrategia tiene corta vida en economía. Tarde o temprano el chamullo sucumbe a la evidencia. De ahí mi moderado optimismo en cuanto al futuro de la profesión, y el debate de pensiones puede ser nuestro punto de inflexión. Considere la discusión respecto de las consecuencias de aumentar desde 10 a 15% la cotización previsional de los trabajadores. A continuación un modesto esfuerzo para, en base a evidencia, cuestionar la "intuición" de que tal cambio no impactaría el mercado laboral. ¿Sabía Ud. que en los 90 Colombia financió una reforma previsional y de salud con un aumento en las contribuciones (10,5%)? ¿El resultado? Caídas de al menos 4% en empleo formal y en torno a 2% en los salarios (Kugler y Kugler, 2009). Las cifras están alineadas con las estimaciones de los negativos efectos de los impuestos al trabajo formal en América Latina (Heckman y Pagés, 2004). ¿Evidencia para nuestro país? También existe. Estudios muestran que la reforma previsional de 1981 afectó el mercado laboral (Grubber, 1997) y análisis más recientes sugieren que incluso la reforma previsional del 2008 disminuyó la participación en el empleo formal para los mayores de 40 años (Attanasio, Meguir y Otero, 2011). "Típico chamullo de economista que quiere mantener las cosas como están", dirán los críticos. Se equivocan. Hay acuerdo de que el sistema de pensiones requiere mejoras. El punto es discutir las alternativas en base a evidencia, no intuición. Es allí donde los economistas podemos contribuir. El resto sí es chamullo. Publicado en El Mercurio.
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Prensa Escrita

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Columna

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Pensiones

publicColaboración con Instituciones Internacionales

Universidad de Maryland
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Sergio Urzúa

Ing. Comercial U. de Chile. Ph.D. en Economía U. de Chicago (EE.UU.). Associate Professor University of Maryland.

publicInstituciones Internacionales

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