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Pandemia y Pobreza

24 de mayo del 2020


El virus no para. En marzo la Organización de la Salud declaraba que el epicentro de la infección había pasado desde China a Europa. A seis meses de los primeros casos, ha llegado el turno de América Latina. La región se ha transformado en el nuevo epicentro de la enfermedad. Brasil lidera en casos y fallecidos (más del 50% regional), pero las cifras se abultan y la necesidad de actuar apremia en todas partes. ¿Cómo acotar el impacto? ¿Rol del Estado? ¿Mercado? El shock es transitorio, pero sus implicancias pueden ser permanentes.

Partamos por las malas noticias. Hay razones de peso para anticipar que, sin vacuna o tratamiento efectivo, la crisis sanitaria empeorará. Altos niveles de desigualdad, limitado acceso a servicios de salud, precariedad de recursos disponibles y una enfermedad desconocida forman una combinación contra la que ningún antídoto puede batallar. El tiempo y la experiencia boreal han jugado a favor, pero convengamos que ni el bicho deja de sorprender ni el liderazgo regional se caracteriza por planear.

Por su parte, las medidas para controlar la enfermedad, sean espontaneas o diseñadas, están teniendo un gigantesco impacto económico-social. CEPAL proyecta que la región verá subir la pobreza hasta un 34,7% (desde 30%) y la OIT que un 10% de las horas trabajadas en el segundo trimestre desaparecerán. La rápida evolución de la enfermedad hace pensar que esos números deberían pronto quedar atrás.

Y ante el inminente desastre colectivo, los países se han volcado a la búsqueda de respuestas para ayudar a los millones de desempleados y sus familias. Siguiendo los moldes del hemisferio norte, enormes programas sociales con financiamiento fiscal y grandes intervenciones monetarias emergen transversalmente como solución. De hecho, llama la atención el esmero por contrastar el tamaño de cada paquete económico local con los OCDE (nada malo en el fetiche latino, mientras se entiendan las disimiles consecuencias y realidades tras las cifras). Pero en esa comparación mundial hay que reparar en algo esencial. Más allá de la incierta duración, la apuesta por un formidable rol del Estado para capear el shock transitorio es también temporal.

Por supuesto, no faltarán quienes quieran otra cosa. Algunos aplaudirán los urgentes gastos transitorios pensando en lo fácil que ha sido en América Latina hacerlos permanentes. Otros, más osados, creerán incluso que muerto el virus, acotada la iniciativa empresarial. Tamaño error. Primero, la reactivación de la región requerirá de la acción privada, no la estatal, para crear empleos duraderos. Segundo, el pago de deuda e intereses forzará recortes importantes que limitará la acción fiscal de países que, por el virus, serán más pobres que ayer. Y tercero, el ajuste de la globalización y el conflicto entre EE.UU. y China, solo se navegará con nuevos esfuerzos privados de competitividad, emprendimiento e innovación.

América Latina es hoy el epicentro de una dolorosa pandemia temporal, pero no nos afiebremos para siempre. El empuje privado, junto a un mejor Estado, seguirá siendo la base para generar empleos y batallar la pobreza.

Sergio Urzúa Investigador Asociado, CLAPES UC
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Columna

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Pobreza y desigualdad

publicColaboración con Instituciones Internacionales

Universidad de Maryland
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Sergio Urzúa

Ing. Comercial U. de Chile. Ph.D. en Economía U. de Chicago (EE.UU.). Associate Professor University of Maryland.

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