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La vigencia de Hamlet

17 de abril del 2017


Ser o no ser, la famosa frase con que empieza el monólogo de Hamlet (que en realidad es el cuarto de un total de siete) es una de las más citadas y analizadas en la historia de la literatura. Difícil añadir algo original a todo lo que se ha dicho sobre este monólogo. Sólo me remitiré a expresar que el problema de Hamlet va más allá del ser o no ser, es entre actuar y no actuar. Esto es evidente si uno examina los siete monólogos en conjunto, algo que además vale la pena debido a que Hamlet da opiniones-algunas bastante sui generis- con respecto a variados temas. Y aquí está la relevancia de Hamlet: todo el mundo, todos los días, debe decidir múltiples veces -en alguna medida- entre la acción y la inacción (Let it be) en vez de To be or not to be. El primer monólogo (1, i) empieza con un Hamlet melancólico y enojado con el mundo que lamenta no poder suicidarse ya que la Eternidad ha establecido leyes contra esto. Y termina con un Hamlet furioso con su madre por haberse casado con su tío a sólo dos meses de la muerte de su marido (el padre de Hamlet). El monólogo contiene algunas líneas memorables (“sábanas incestuosas”) y algunas no muy políticamente correctas (“fragilidad, tu nombre es mujer”). En el segundo monólogo (1, v), Hamlet promete reformatear su disco duro (“borraré del registro de mi memoria todo recuerdo trivial y vano, todas las sentencias de los libros, todas las ideas…”.) con el propósito de focalizarse en vengar el asesinato de su padre. Deja de considerar el suicidio como alternativa y ahora sus sentimientos fluctúan entre la ira y el desconsuelo. Si Donald Trump hubiera leído este monólogo no le habría dicho a Hillary Clinton en el último debate “such a nasty woman”. Habría empleado un más elegante “O most pernicious woman!”, la frase que Hamlet reserva para su madre al final de este soliloquio. Pero como se sabe, Trump no lee, sólo ve televisión. En el tercer monólogo (2, ii) Hamlet parte con una observación que a ningún actor profesional le haría gracia: considera monstruoso que un actor pueda mostrar en el escenario emociones (lágrimas, una voz quebrada) sin realmente sentirlas. Es decir, como producto de subyugar su cuerpo a su voluntad. En síntesis, Hamlet se manifiesta contrario al método de Stanislavski. Y después por supuesto sigue con más dudas. Se pregunta si es un cobarde por no enfrentar a su tío directamente y opta por un camino intermedio: les pide a unos actores que representen un asesinato similar al de su padre para observar la reacción de su tío. En el quinto monólogo (3, ii) vemos a un Hamlet distinto, con más control sobre sí mismo, y más decidido a actuar, aunque sólo contra su madre, todavía no contra su tío. Hamlet lo recita justo antes de enfrentarla. Su intención es ser “cruel pero no inhumano” y agredirla sólo verbalmente, “no usaré un puñal, aunque mis palabras serán como puñales para ella”. Aquí tenemos una situación de violencia intrafamiliar (abuso sicológico) sin uso de la fuerza. NOTEMOS que la descripción “sus palabras fueron como un puñal” se ha transformado en una de las más recicladas por la sub-literatura amorosa. Aparece en un centenar de novelas romanticonas de segunda clase y libros tan disímiles como en “Señor tango” de Alicia Boqueti y la biografía de Lang Lang. En el sexto monólogo (3, iii), un Hamlet decidido a actuar tiene ahora una duda más pragmática: ¿cuál es el momento propicio para matar a su tío? Si lo hace cuando este está rezando, razona Hamlet, podría acabar con su tío en el cielo y no en el infierno. Y prefiere entonces esperar. En alguna medida, Hamlet adopta la filosofía de San Agustín (“Señor, hazme casto, pero no todavía”). Esto es la creencia de que basta con que un pecador se arrepienta de sus pecados justo antes de morir para tener acceso al paraíso. El último y séptimo monólogo (4, iiii) empieza con un Hamlet autoflagelante que se censura el no haber actuado contra su tío a pesar de tener motivos de sobra. Finalmente, motivado por el ejemplo de Fortinbrás, decide pasar del pensamiento a la acción. En resumen: Hamlet es un adolescente con muchos rollos y tratar de entender sus conflictos sólo en base al cuarto monólogo es miope. Hay que mirar el paquete completo y los siete soliloquios pintan un panorama más preciso y claro. El dilema de Hamlet no es entre ser o no ser, es entre actuar y no actuar, entre la teoría y la práctica. Cuando Alexis Sánchez toma la pelota y debe decidir entre disparar al arco o no, o cuando Mario Marcel debe decidir entre subir o no la tasa de interés de política monetaria, o cuando un futuro pensionado debe decidir si se cambia al Fondo E o no, todos viven momentos hamletianos. ¿Somos o no somos Hamlet? Esa es la pregunta. Y la respuesta es simple: al final, todos somos Hamlet, todos somos súbditos del príncipe de Dinamarca. De ahí su eterna vigencia. Columna publicada en el diario Pulso.
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General

publicColaboración con Instituciones o Centros UC

Centro Latinoamericano de Políticas Económicas y Sociales, CLAPES UC
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Arturo Cifuentes

Ing. Civil, U. de Chile; Ph.D. en Mecánica Aplicada, Caltech; MBA en Finanzas, NYU https://arturocifuentes.com
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