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La matriz productiva

15 de septiembre del 2017


Una de las propuestas estelares de los candidatos de izquierda -de Guillier, Sánchez y Enríquez-Ominami- es que diversifiquemos nuestra matriz productiva, que dependamos menos de la economía "extractiva". A veces la idea, sobre todo en Guillier, es que simplemente les agreguemos valor a nuestras materias primas: por ejemplo, que no exportemos concentrados, que hagamos más fundiciones y refinerías de cobre, a pesar de que hacerlo es mal negocio, y muy contaminante. Pero a veces en los otros dos candidatos parece haber algo más profundo, una suerte de telurismo romántico: la "extracción" significaría ultrajar a la madre tierra. No es que diversificar la matriz productiva sea una mala idea. El tema es que no es tan fácil como los candidatos nos hacen creer. En realidad esta ha sido una aspiración latinoamericana desde la independencia. Para quien lo dude, recomiendo un excelente libro reciente, escrito en inglés y publicado por la MIT Press, de Beatriz Armendáriz y Felipe Larraín Bascuñán, sobre la "Economía de la América Latina contemporánea". El título, que he traducido, es modesto, porque el libro parte hacia 1850, y abarca los intentos de mejorar el desempeño de nuestras cíclicas economías desde entonces hasta ahora. Entre medio, describe el afán industrializador que se da después de la Gran Depresión, justo para evitar tener que depender de la "extracción", y que se profundiza en los 1950 bajo la influencia de la Cepal. Con admirable objetividad, sin desacreditar a nadie, Armendáriz y Larraín van mostrando cómo, a diferencia de los tigres asiáticos, este esfuerzo tuvo en América Latina un pésimo desenlace. Subsidios excesivos, combinados con protección exagerada y poco selectiva, o selectiva no en función de la eficiencia, sino de la presión de los empresarios con más capacidad de lobby, desembocaron en una matriz productiva de singular ineficiencia, y en lo macro, en déficits fiscales insostenibles, cuando no en hiperinflación. ¿Es eso lo que quieren los candidatos de izquierda? Me imagino que no, pero en ese caso, ¿a qué tipo de diversificación aspiran y con qué medidas esperan lograrla? Ha llegado la hora de que los periodistas les hagan esas simples preguntas, porque no pueden los candidatos seguir pontificando sobre la diversificación como si fuera fácil lograrla, después de un siglo o más de intentos; como si no haberla logrado hasta ahora fuera el producto de la estupidez, o de intereses oscuros. Una idea que sí proponen todos los candidatos es que invirtamos más en investigación, para que haya más economía del conocimiento. Suena razonable. Pero ¿para financiar qué investigadores? En la prueba PISA de 2015 se midió el porcentaje de alumnos de 15 años que se sitúan en los dos niveles más altos en al menos una de tres materias testeadas, que son ciencia, matemáticas y lectura. Nada más importante porque es obviamente de ese grupo que surgen los que forjan la economía del conocimiento. Bueno, en Singapur el 39,1 por ciento estaba allí, en Corea 25,6, en Nueva Zelanda 20,1, y en la OCDE en general 15,3 por ciento. ¿Y en Chile? ¡Solo el 3,3 por ciento! ¿De dónde va a salir entonces nuestra futura economía del conocimiento? Poco han hablado los candidatos de izquierda del tema clave en todo esto: la calidad de la educación. No explican por qué cabe invertir enormes sumas en gratuidad universitaria, o para reemplazar el copago, en vez de destinarlas a la calidad educativa que tanto necesitamos para diversificar nuestra economía de verdad y con éxito. Mientras tanto, que vuelva a crecer la economía extractiva, porque la necesitamos para que nuestros sufridos vendedores ambulantes vuelvan a tener empleos estables. David Gallagher es miembro del Consejo Asesor Nacional de Clapes UC. Columna publicada en El Mercurio.
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