22 de enero del 2020
Esta es la época en que se recomiendan libros para el verano. Por supuesto que no me opongo a la idea de recomendar lecturas. Pero sí me opongo fieramente a la idea de que el leer es una actividad veraniega que puede ser descuidada el resto del año. No, hay que leer todos los meses y ducharse todos los días. Así de simple.
Admito que tengo muchos de prejuicios y uno de ellos es contra la gente que no le gusta leer. Un militar me comentó una vez: "Yo no leo libros, yo escribo libros." Más recientemente un joven enajenado me dijo que mi gusto por la lectura era una postura "elitista y cobarde." El privilegiaba la acción y consideraba la lectura como una conducta de evasión. Ambas opiniones están entre las cosas más idiotas que he oído.
Mi gusto por la lectura se lo debo a mi padre. Él nunca me leyó nada (como aconsejan los "expertos" norteamericanos). Me bastó ver como disfrutaba algunas cosas que leía, y como se hacía tiempo para leer. A veces leíamos juntos, pero separados. El en una silla mecedora en su escritorio, y yo al lado en un sofá. Leer es una actividad personal y solitaria.
Mi padre no era amigo de las bibliotecas. Si un libro valía la pena leerlo, según él, valía la pena comprarlo. El resultado fue una biblioteca diversa y estimulante de la cual mis hermanos y yo nos beneficiamos. Estimé su tamaño en algún momento: tres mil libros. Una cantidad significativa considerando lo caro que eran los libros (y siguen siendo) en Chile.
Paradojalmente, fue un profesor de castellano la persona que más esfuerzos hizo por espantarme el gusto por la lectura. Este descriteriado individuo nos obligaba a leer unos autores chilenos horribles que afortunadamente ya nadie recuerda (y que no pienso rescatar del olvido). Jamás lo oí mencionar a Borges, Kafka, o Oscar Wilde.
Supongo que todos los hijos, de alguna manera tal vez inconsciente, esperan superar a su padre en algo. En algún momento, debo haber tenido unos 50 años, estimé que mi biblioteca tenia unos tres mil libros. (El cálculo es tramposo ya que debí haber dividido por dos, mi mujer ha sido cómplice). Confieso que en ese instante-apoyado por esta métrica irrelevante y estúpida-sentí una satisfacción bastante infantil y efímera.
Mi padre nunca me recomendó libros para el verano. Simplemente me recomendó libros. Lamento que ya no esté; le quería recomendar mi última "evasión".
Arturo Cifuentes
Investigador Asociado en CLAPES UC
Fuente: Diario Pulso La Tercera, 22 de enero 2020.
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